La maldad del hombre ha ido en aumento. Hay individuos que no tienen el menor respeto por la vida humana y mucho menos por Dios. Han desechado de manera atroz sus mandamientos. Han hecho de este mundo un lugar de miseria, crueldad y perversidad.
Las naciones, manejadas por esos hombres, buscan la manera de sobresalir pisoteando a los demás. Los gobernantes actúan movidos por intereses personales-políticos y, muchas de las veces, económicos. La ambición es el eje y motivación de sus vidas.
Nación contra nación, hombre contra hombre, padres contra hijos. Un mundo cruel es lo que ha hecho el hombre, a quien Dios dio la potestad para que señoreara, pero ha abusado de esa gracia y la ha pervertido.
Por todo ello, Dios todopoderoso puso un hasta aquí, para que todo aquel que ha actuado indebidamente desechando sus mandamientos y mofándose de su Nombre sufra las consecuencias, pero no todavía como castigo eterno, sino como llamada de atención para volverse al Padre y cambiar la actitud egoísta y perversa.
Por ello, esta crisis, esta tribulación, esta pandemia, porque el Padre quiere refinarnos mediante el sufrimiento, porque sin sufrimiento, difícilmente el humano entenderá y mucho menos corregirá el rumbo.
Dios afirma que reprende a los insolentes: 5 ¡malditos los que se apartan de tus mandamientos! (Salmo 119:21), pero también ha prometido desde la eternidad y hasta la eternidad que reprende y disciplina a todos los que ama. Por lo tanto, sé fervoroso y arrepiéntete (Apocalipsis 3:19).
Dios quiere mediante el sufrimiento moldear el carácter de sus hijos, que sean hijos modelo, que se acerquen a Jesús y que su comportamiento sea como el del mismísimo Jesús, que fue obediente a su padre, obediente incluso hasta la muerte.
Muchos se preguntarán ¿cómo es que el Padre permite está tribulación? La respuesta es sencilla y profunda a la vez: la finalidad del sufrimiento es para tener vida santa. ¿Y para qué una vida santa?, otros preguntarán. La respuesta es: para lograr la salvación.
Nadie puede negar que este pueblo de Dios, infiel y egoísta, necesita una refinada a fondo, con fuego, y esta palabra lo confirma: “El oro, aunque perecedero, se acrisola al fuego. Así también la fe de ustedes, que vale mucho más que el oro, al ser acrisolada por las pruebas demostrará que es digna de aprobación, gloria y honor cuando Jesucristo se revele”. (1 Pedro 1:7)
Pero no te desanimes, mejor regocíjate, porque aunque vivimos en un mundo caído y somos seres caídos y Dios nos pone a prueba para moldearnos y refinarnos, podemos estar confiados en que el Señor Todopoderoso es nuestro refugio y que recibiremos el galardón y recompensa al haber sido fieles en la prueba, y al final ese sufrimiento y dolor se olvidarán, por gracia de Dios.
Esta palabra esperanzadora y poderosa lo confirma: “Y, después de que ustedes hayan sufrido un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios de toda gracia que los llamó a su gloria eterna en Cristo, los restaurará y los hará fuertes, firmes y estables”. (1 Pedro 5:10)
La tribulación y el sufrimiento tienen un propósito y ese propósito es Jesús: él nos busca y nos llama, pide que vayamos a él para obtener la salvación. Además -¡pon atención!- Jesús nunca nos pondrá una prueba que no podamos superar, lo cual significa que él vive para y por sus hijos, en los que han creído en él. Y así dice su palabra:
“Ustedes no han sufrido ninguna tentación que no sea común al género humano. Pero Dios es fiel, y no permitirá que ustedes sean tentados más allá de lo que puedan aguantar. Más bien, cuando llegue la tentación, él les dará también una salida a fin de que puedan resistir”. (1 Corintios 10:13)
Aquellos que pasan la prueba y el sufrimiento, que han sido moldeados con fuego, serán apartados para Dios. Y estar apartado para Dios es el culmen de la relación con el Todopoderoso.
Te siempre presente esta máxima: Los que pasan la prueba se convertirán en una luz en la oscuridad.
“Porque ustedes antes eran oscuridad, pero ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de luz”. (Efesios 5:8)